HERMANDAD DE LA ESTRELLA
COTITULARES
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TRIUNFO DEL SANTO LIGNUM CRUCIS
Su nombre proviene del latín “lignum”, madero y “crucis”, de la cruz, y hace referencia a la reliquia de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo.
La piedad popular desea anticipar la veneración cultual de la Cruz. De hecho, a lo largo de todo el tiempo cuaresmal, el viernes, que por una antiquísima tradición cristiana es el día conmemorativo de la Pasión de Cristo, los fieles dirigen con gusto su piedad hacia el misterio de la Cruz.
Contemplando al Salvador crucificado captan más fácilmente el significado del dolor inmenso e injusto que Jesús, el Santo, el Inocente, padeció por la salvación del hombre, y comprenden también el valor de su amor solidario y la eficacia de su sacrificio redentor.
Las expresiones de devoción a Cristo crucificado, numerosas y variadas, adquieren un particular relieve en las iglesias dedicadas al misterio de la Cruz o en las que se veneran reliquias, consideradas auténticas, del Lignum Crucis. La "invención de la Cruz", acaecida según la tradición durante la primera mitad del siglo IV, con la consiguiente difusión por todo el mundo de fragmentos de la misma, objeto de grandísima veneración, determinó un aumento notable del culto a la Cruz.
En las manifestaciones de devoción a Cristo crucificado, los elementos acostumbrados de la piedad popular como cantos y oraciones, gestos como la ostensión y el beso de la cruz, la procesión y la bendición con la cruz, se combinan de diversas maneras, dando lugar a ejercicios de piedad que a veces resultan preciosos por su contenido y por su forma.
No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad de ser iluminada. Se debe mostrar a los fieles la referencia esencial de la Cruz al acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la Muerte y la Resurrección de Cristo, son inseparables en la narración evangélica y en el designio salvífico de Dios. En la fe cristiana, la Cruz es expresión del triunfo sobre el poder de las tinieblas, y por esto se la presenta adornada con gemas y convertida en signo de bendición, tanto cuando se traza sobre uno mismo, como cuando se traza sobre otras personas y objetos.
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SAN FRANCISCO DE PAULA
Nacido en Paola, reino de Nápoles, el 27 de marzo de 1416. Anacoreta de muy joven, más tarde apóstol y fundador de la Orden de los Mínimos. Muere en Tours (Francia), el día 2 de abril de 1507. Al cabo de sólo doce años fue elevado al honor de los altares. - Fiesta: 2 de abril.
Francisco de Paula no fue sacerdote, pero sí un reformador auténtico. Influyó poderosamente en la historia del Renacimiento. La vertiente paganizante del movimiento renacentista aparecía muy peligrosa para el espíritu cristiano, que tan celosamente había conservado y fomentado los grandes focos monacales de la Edad Media. La sensualidad y el afeminamiento se iban infiltrando en todos los ambientes y, a grandes pasos, se desmoronaba la ascética cristiana por el enfriamiento de quienes debieran practicarla. Por ello el joven Francisco ataca de raíz el mal de la época cuando, tras el año de oblación transcurrido en el convento franciscano de San Marcos Argentato, decide retirarse a la soledad penitente.
Había pisado la misma tierra bendita de su patrón y se sentía impulsado a imitar al Poverello en su modo filial de vivir en manos de Dios. También de la libertad de espíritu del patriarca franciscano encontramos ya rasgos en la peregrinación de Francisco de Paula por tierras de Umbría. Ha encontrado a un cardenal del siglo viajando con un lujo extraordinario. Y el joven mendigo, de aspecto ignorante, ha sabido reprender discretamente al magnate de elegantes y ricas vestiduras. Luego pasa meses y meses encerrado en vida austerísima: durmiendo en la tierra desnuda, alimentándose de las hierbas crudas; el cuerpo, ceñido de cuerda con nudos. Al cabo de cinco años la fama de su virtud llega al cenit y, pese a su resistencia, afluyen los discípulos. Al lado de su cabaña plantan muchas más, tiene que pensar en un convento, y lo edifican, con la ayuda de todos sus conciudadanos. En medio de la pobreza y la alegría se van fundando nuevas comunidades.
El renombre del ermitaño llega a Sicilia. Le llaman allá. Llega a pie a orillas del mar, con el bordón de peregrino. Dícele al barquero: "Hermano, ¿me pasa usted?".. El barquero contesta con ironía: "Señor, ¿me paga usted?". "No tengo dinero para pagarle", replica el ermitaño. "Ni yo barca para pasarle", concluye el otro. Entonces, ante multitud de testigos, el Santo, tras una breve oración y bendición de las olas, atraviesa el estrecho de Messina sobre la cubierta de su manto extendido sobre el mar y con su mismo borde sirviéndole de vela.
Muchos otros milagros acompañaron el paso de Francisco, signos de la presencia de Dios al lado del Reformador. Este don taumatúrgico tenía sus raíces en las sólidas virtudes que adornaban su alma y que culminaban en la que era su consigna constante y que, como tal, pasó a su familia espiritual: Caridad. Bondad y dulzura resplandecían en quien por natural debía aparecer como severo y retraído. La alegre humildad le facilitó la convivencia amorosa con la gente sencilla del pueblo, con los desvalidos y desheredados, de los que se constituyó en valiente defensor ante los atropellos de los señores. "La tiranía no place a Dios bendito", era su estribillo. Frente al mismo Fernando, déspota rey de Nápoles, se mantuvo en su intrepidez; y el soberano, con sus consejeros, tuvo que rendirse ante la fuerza de la santidad, viéndose obligado a prometerle administración justa y caritativa. También en la corte resplandecieron sus virtudes y milagros. Cuentan sus biógrafos que una vez tomó una moneda de la bandeja repleta que le ofrecía el rey para comprar su silencio, y desmenuzándola entre sus dedos, brotaron de ellos gotas de sangre, símbolo de la opresión de los débiles.
Su vida termina con la célebre expedición a Francia. Luis XI, otro tirano de la época, se siente morir en su retiro de Plessisdu-Parc (Tours) y ansioso de salud hace llamar al taumaturgo de Paula. Éste sólo acude tras la recomendación del Papa Sixto IV. Llegado a la corte, rechaza los interesados favores del rey y le indica el camino de la vida verdadera, invitándole a devolver el dinero, que le ofrecía a él, a todos los que había expoliado en su reinado. Y Luis XI se rendía también ante la santidad. El fundador de los Mínimos no le libró de la muerte, pero alegró sus últimos días con palabras celestiales, que le prepararon una agonía llena de esperanza.
Desde entonces permanece el Santo en Francia, realizando nuevas fundaciones. Y en Tours le llega la hora del triunfo. El Viernes Santo, 2 de abril de 1507, a los acordes de la pasión de San Juan, que se hace leer en el lecho de muerte, Francisco de Paula, el taumaturgo, penitente y fundador, entrega el alma a Dios. Dios acepta su vida y al punto sanciona con maravillas el clamor de la gente de Tours, que en plena calle le proclama digno de los altares.
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SANTAS JUSTA Y RUFINA
Estas dos santas fueron dos hermanas que nacieron en Triana, en el seno de una familia muy modesta pero de firmes costumbres y sólida fe cristiana.
En aquella época España era dominada por los romanos, y con ellos, la idolatría y la corrupción. Mientras tanto las dos hermanas se conservaban en santidad y pureza de costumbres, empleando todo su cuidado en conocer el Evangelio, en su propia santificación y en beneficio de sus prójimos. Todos los años celebraban los idólatras fiestas en honor de Venus, recordando la tristeza de ésta en la muerte de su adorado Adonis. Las mujeres recorrían las calles de la ciudad llevando al ídolo en sus hombros, importunaban a todos y les pedían una cuantiosa limosna para la festividad.
Al llegar a la casa de Justa y Rufina, les exigieron adorar al ídolo; las dos santas se negaron y las mujeres, enfadadas, dejaron caer el ídolo rompiendo muchas vasijas. Las santas, horrorizadas por ver en su casa un ídolo, cogieron el ídolo y lo hicieron pedazos, provocando la ira de los idólatras que se lanzaron contra ellas.
Diogeniano, prefecto de Sevilla, las hizo prisioneras, las interrogó y las amenazó con crueles tormentos si persistían en la religión cristiana, a la vez que les ofrecía grandes recompensas y beneficios, si idolatraban a los ídolos. Las santas se opusieron con gran valor a las inicuas propuestas del prefecto, afirmando que ellas sólo adoraban a Jesucristo. El prefecto mandó que las torturasen con garfios de hierro y en el potro, creyendo que cederían ante los tormentos, pero ellas soportaban todo con alegría y sus ánimos se fortalecían a la vez que crecían las torturas. Mandó entonces a encerrarlas en una lóbrega cárcel y que allí las atormentasen lentamente con hambre y con sed. Pero la divina Providencia les socorría y sustentaba con gozos inefables, según las necesidades del momento, provocando el desconcierto de los carceleros. Luego, el prefecto quiso agotarlas obligándoles a seguirle descalzas en un viaje que él iba a hacer a Sierra Morena; sin embargo, aquel camino pedregoso era para ellas como de rosas. Volvieron a meterlas en la cárcel hasta que murieran. Santa Justa, sumamente debilitada, entregó serenamente su espíritu, recibiendo las dos coronas, de virgen y de mártir. El prefecto mandó lanzar el cuerpo de la virgen en un pozo, pero el obispo Sabino logró rescatarlo.
El Prefecto creyó que, estando sola, sería más fácil doblegar a Rufina. Pero al no conseguir nada, mandó llevarla al anfiteatro y echarle un león furioso para que la despedazase. El león se acercó a Rufina y se contentó con blandir la cola y lamerle los vestidos como un corderillo. Enfurecido el Prefecto, mandó degollarla. Así Rufina entregó su alma a Dios. Era el año 287. Se quemó el cadáver para sustraerlo a la veneración, pero el obispo Sabino recogió las cenizas y las sepultó junto a los restos de su hermana. Su culto se extendió pronto por toda la iglesia.